Cuervo profeta

El forastero llegó a la ciudad. Necesitaba zapatos nuevos: iba siempre andando a todos los sitios y se le desgastaban con facilidad. No era exigente, simplemente tenían que ser resistentes y negros, como sus pantalones, como su camiseta, como su cazadora, como su sombrero.

Pero antes necesita comer algo. Entra en un bar, agradeciendo el frescor del local en un día tan caluroso. Echa una ojeada al menú y se sienta junto a la ventana.

—Hola, buenos días, ¿le pongo algo para beber?

—Si, por favor, una botella de agua grande, y para comer querré una ensalada de pasta. ¡Ah!, y yo desenchufaría el lavavajillas.

La chica le mira extrañada por un momento, apunta lo que había pedido

—No me diga que no lleva dinero y va a fregar usted los platos—le responde guiñando un ojo

El hombre sonríe y suspira cuando se da la vuelta; siempre es así. Apenas ha empezado a comer cuando ¡Tuffff! De golpe se va la luz del local.

—¿Qué ha pasado, cari?

—No sé… he puesto en marcha el lavavajillas y ha saltado

La chica se da la vuelta y lo mira, pero no dice nada.

Atardece. Los zapatos nuevos son cómodos. Apenas le quedan unos kilómetros para llegar al siguiente pueblo, todavía con luz. Nunca va en coche, en tren, en avión… desde aquel día, con sus padres. Siempre sabe cuando un aparato va a fallar, y no quiere estar otra vez dentro cuando eso ocurra.