Espectros de noche

Nadie los ve llegar. Nadie los ve irse. Ni siquiera saben si hay alguien… algo. Solo saben que, cuando no hay luna, deben encerrarse en los refugios hasta que amanezca. Al principio intentaron hacerles frente, pero era inútil. Miembros cortados y cuerpos atravesados como por arte de magia. Heridas profundas que aparecían de repente, decapitaciones. Tenía que ver con los extranjeros, eso seguro. Empezó a pasar al poco de que su carro de plata descendiera de los cielos. No sabían qué habían hecho mal para enfurecer así a los dioses.

—El proceso de limpieza de la isla está siendo un éxito, capitán. Los nativos prácticamente han abandonado los poblados del interior y están construyendo balsas para salir de la isla.

—Sigan así, ¿cuántas incursiones más necesitan?

—Creo que habrá que completar el periodo orbital. ¿No podríamos atacar con más frecuencia?

—No, ya saben cómo funciona. Los trajes no nos hacen invisibles: simplemente desvían los fotones a lo largo de su superficie y por eso no nos ven. Pero solo funciona con muy poca luz o si se está quieto sobre un fondo homogéneo. En cualquier otro caso se nota una perturbación que revelaría nuestras siluetas. Sigamos así.

La imagen aérea del planeta había localizado el mayor yacimiento en la isla, demasiado valioso para dejarlo sin explotar. El Consejo había decidido que la usar superstición en una civilización tan atrasada iba a ser más efectivo y menos intrusivo. «No somos unos bárbaros», decían. No sé qué otros escenarios se barajaron, pero creo que teníamos que haber explorado más posibilidades en el simulador.

Cuando terminó el año no quedaba nadie en la isla. Todos los habitantes habían muerto o se habían marchado al continente. Los islotes cercanos también estaban vacíos. En la orilla, plantaron una especie de tótem para advertir al resto: «No crucéis: las islas ahora pertenecen a los espectros de la noche»