Futuro imperfecto

Cuarto relato escrito para el curso de Ciencia Ficción de Caja de Letras. El tema del ejercicio es «El tiempo». Revisado por Jordi Noguera.

Se incorporó todavía aturdida. La luz era demasiado brillante, le dolía todo el cuerpo y un pitido le taladraba la cabeza. El resto del mundo iba a cámara lenta y sonaba amortiguado, lejano. Como pudo, dio unos pasos vacilantes y se desplomó en los brazos de una sombra que gritaba «¡Aquí, aquí, rápido, por favor, necesito ayuda!».

 

Cuando se disparó la alarma en el Centro de Control de Coherencia Temporal, Boris estaba a punto de salir. Maldiciendo por su mala suerte, llamó al supervisor de su turno.

— Sí, aquí Boris, del CCCT. Mire señor, acaba de saltar una alarma. No… no lo sé aún, estoy comprobando… Entiendo. Desde luego, le mantendré informado.

La red de cristales de tiempo permitía detectar las desviaciones en el plano temporal. Identificar exactamente dónde y cuándo había ocurrido era más complejo. El descubrimiento de la segunda dimensión temporal fue una revolución. Ya se había especulado con esa idea, pero hasta que no consiguieron los cristales de iterbio no se pudo confirmar. Abrieron un mundo completamente nuevo: el tiempo no se movía en línea recta, ni para todos igual. Para ir de un instante a otro, había infinitos caminos, como las curvas del campo magnético terrestre. El camino más corto, la línea recta, era el más probable, era por el que transitaban la mayoría de las partículas. Por eso era el que coincidía con nuestra percepción del tiempo. Pero siempre había pequeñas desviaciones: en lugar de una línea recta, ligeras ondulaciones generaban un camino un poco más largo de lo normal. Seguro que lo habías notado alguna vez: tu cerebro ya había almacenado esa historia y para ti ya era un recuerdo. Lo llamábamos déjà vu.

Los cristales de iterbio nos permitían ver esa segunda dimensión temporal en forma de simetrías, de repetición de patrones. Pero no en el espacio, sino en el tiempo. Un cristal que iba cambiando de disposición, con estructuras regulares que se repetían periódicamente. Como un caleidoscopio en el que aparecían figuras cíclicas. Lo más importante era que esta simetría nos permitió determinar la probabilidad de nuestro flujo temporal. Lanzar una moneda 1 000 veces y que saliera siempre cara era bastante improbable. Lo mismo ocurría con las simetrías del cristal: podíamos medir la probabilidad de las repeticiones de las secuencias. La alarma había saltado porque nos encontrábamos en una instancia temporal con una probabilidad de uno entre 1 000 billones. De ahí la preocupación de Boris, junto con el resto del CCCT.

 

Cuando dieron de alta a Bea, todavía necesitaba reposo y cuidados. Su hijo de 5 años la estaba esperando en casa cuando llegó a casa.

—¡Mami! —gritó cuando oyó la llave en la cerradura, saliendo disparado hacia la puerta.

—Hola, cariño —respondió Bea, abrazándole—. Ya me han dejado venir, ¿ves cómo iban a ser pocos días?

—Cuidado Nico, no le hagas daño a mamá —le advierte su padre—. El médico ha dicho que todavía tiene que descansar para curarse del todo.

—Se lo he contado a todo el mundo en el cole, y mira, he hecho un dibujo. Esta eres tú, y esto es un trozo del avión, y esto es gente que…

—¡Nicolás!

—Déjalo, no pasa nada —interrumpió Bea a su marido. Y se dirigió de nuevo a Nicolás—. Muchas gracias, Nico, ¿Me acompañas al cuarto y lo ponemos allí?

 

Apenas una hora después de que se disparara la alarma en el CCCT, el equipo de rastreo ya había llegado a las instalaciones. Cuando se producía una desviación, especialmente una tan grande como la actual, era muy importante localizar con exactitud qué evento era el que la había desencadenado. No se podía monitorizar cualquier cambio. Que una gota de sudor rodase a la izquierda o la derecha no tenía importancia: su efecto se diluía casi instantáneamente y afectaba a un entorno diminuto. Pero si esa gota se te metía en el ojo cuando ibas conduciendo al lado del colegio donde estudiaban los hijos de la presidenta de la Alianza justo a la hora de la salida… sí que la tenía. Por eso era necesario que el equipo de rastreo consiguiera unas coordenadas espaciotemporales lo más precisas posible.

El día que se descubrieron las posibilidades de los cristales de tiempo, nos dimos cuenta de que no era suficiente con saber que se había producido una desviación. Era importante poder identificar qué la provocó y, más todavía, corregirla. Las desviaciones en el tiempo no eran instantáneas. Sus consecuencias se iban propagando poco a poco, ampliando su radio de acción como una onda expansiva. El equipo de rastreo era el responsable de encontrar el epicentro. Por eso se creó una red de cristales. Cada cristal controlaba una zona hexagonal y estaba rodeado por otros seis cristales más. Cuando la desviación llegaba a estos seis vecinos, ya era posible triangular un punto de cinco dimensiones y localizar con una precisión razonable dónde y cuándo se había producido el evento.

Cuando el equipo vio las coordenadas espaciales no tuvo que esperar para saber de qué se trataba: el accidente del avión de la Transoceanic Airlines. Y aunque quedaban por confirmar las coordenadas temporales, todo el equipo tenía en mente la imagen de la única superviviente de la tragedia. Había aparecido en todos los medios.

 

La llamada del Centro de Control había dejado a Bea intranquila. Dijeron que era mejor hablarlo en persona. Estaba en el parque, esperando, cuando oyó una voz a su espalda.

—¿Beatriz Díez?

Se giró y vio una mujer de su misma edad, con el pelo recogido en una coleta y ropa cómoda. Parecían dos amigas que habían quedado para verse y tomar algo.

—Sí, soy yo —respondió Bea mirando a los ojos a la desconocida.

—Me llamo Carla, hemos hablado por teléfono esta mañana ¿damos un paseo?

Cada frase era un mazazo para Bea. No entendía nada. No tenía ningún sentido para ella. Al final, tuvo que sentarse en un banco. Carla dirigía un grupo especial que se encargaba de corregir las posibles desviaciones temporales. Apenas había ocurrido un par de veces. Nunca en nuestro país. Por lo visto, que Bea sobreviviera no era un milagro. Mas bien una broma, un error, un fallo que había que corregir.

—Entonces ¿voy a morir? ¿no se puede hacer nada? ¡Yo no he hecho nada! Simplemente sobreviví, no sé cómo, no sé porqué. ¡No es justo!

—No, no lo es —trato de consolarla Carla—. Pero creí que era mejor avisarte. Al menos, a mí me hubiera gustado que alguien me avisara.

—¿Cuánto tiempo tengo? —preguntó Bea, angustiada.

—Tampoco lo sabemos. Ya hemos iniciado el proceso para que el flujo temporal vuelva a su camino. No será de golpe, serán pequeños ajustes aquí y allá que generan una especie de onda temporal que al final cancelará la onda de la desviación. No podemos ir atrás en el tiempo y modificar lo que pasó. Tampoco podemos hacer cambios drásticos, porque las consecuencias podrían ser peores.

—¿Y cómo?… quiero decir, sabes qué es lo que…

—No. —Carla lanzó un pequeño suspiro y agachó la mirada— Mira, normalmente es algo relacionado con el evento. En tu caso, puede ser una secuela que no han detectado en el hospital. Pero lo importante es que tienes unos días con tu familia ¡Aprovéchalos!

—¡Oh, Dios! —sollozó Bea—, Nico…