Los viajes de un gato

De la misma forma que los mineros llevaban un canario a las minas, o que en los viñedos se planta un rosal en el cabecero de una línea, los cruceros espaciales llevamos un gato.

Todo empezó como casi todas las cosas: por casualidad. En un vuelo se coló un polizón peludo. La tripulación no tuvo valor para lanzarlo por una escotilla, y eso les salvó. Cuando se acercaban al agujero de gusano para dar el salto, el gato empezó a bufar, se puso como loco y escapó por los conductos de ventilación. Tuvieron que posponerlo hasta localizarlo, por si se había ocultado en algún sitio que generara problemas. Ese retraso fue suficiente para que la computadora central abortara el salto minutos después al detectar la inestabilidad del agujero. Ocurre algunas veces: hay agujeros que, por alguna razón, no son estables y resulta arriesgado saltar a través de ellos. Pero muchas veces lo detectamos cuando ya es demasiado tarde.

Así que, mientras encontramos una solución, hemos incorporado un nuevo miembro a la tripulación. Por cierto, que Lucky ya es el tripulante que más saltos ha realizado de toda la flota.

La posada de los finales tristes

En ese lugar siempre es de noche, porque es cuando se va el sol cuando ocurren las cosas tristes. También porque nos cuesta reconocer cuando algo ha salido mal, cuando nos sentimos engañados, cuando la vida nos ha gastado una jugarreta, más bien grande que pequeña. Y la noche es un buen sitio para mantener todo esto oculto. Así, podemos fingir que no ha pasado nada y seguir adelante, un poco al menos. Aunque al final siempre acabamos volviendo, para llevar un final nuevo o para visitar aquellos que dejamos hace tiempo.

La posada de los finales tristes es un lugar atípico. Allí sus huéspedes no están de paso, si no que tienen una habitación permanente. Todos los finales tienen un sitio reservado. Incluso los felices ¡son tan pocos! apenas afectan al espacio disponible. Y aunque solo sea por estadística, es más fácil que ese final que se acerca no lleve perdices.

El posadero es un ser excepcional. Sabe perfectamente dónde vive cada final. Todos y cada uno de ellos. Los conoce, los clasifica, los reubica, les da conversación. Es complicado, porque la posada está permanentemente en obras, ampliando el número de habitaciones. Y es que somos tantos y los finales alegres son tan pocos…

Llueve fuego

“Cae fuego en lugar de maná” rezaba la estrofa de una canción del siglo XX que se me vino a la cabeza. No sé muy bien qué era eso del maná, una especie de alimento sagrado que enviaban los dioses a su pueblo o algo así. Pero el fuego… eso lo sé muy bien.

El proceso de terraformación no tuvo en cuenta la concentración en metano tan alta que iba a tener la atmósfera, al menos en los primeras décadas. En principio no tendría que haber pasado nada, si no hubiera sido por el cometa.

Pasó demasiado cerca, desde una órbita en la que no estábamos mirando. Los fragmentos de su cola se incendiaron al entrar en la incipiente atmósfera y prendieron en las gotas de lluvia como si fueran de gasolina. Las cubiertas de plástico de los invernaderos no lo soportaron y ahora tenemos que tratar de sobrevivir con los jardines verticales: habrá que sacrificar algunas de las plantas que nos proporcionan oxígeno y plantar especies comestibles ¿cuánto podremos sobrevivir hasta que reparemos los invernaderos y tengamos una primera cosecha? ¿Cuánto podremos sobrevivir antes de empezar a comernos los unos a los otros?