Te buscaré siempre

Tercer relato escrito para el curso de Ciencia Ficción de Caja de Letras. El tema del ejercicio es «Hibridación con otro género». El tropo elegido ha sido novela romántica. Revisado por Jordi Noguera.

Alex y Maya se dirigen paseando de la mano hacia el Centro de Intercambio.

—¿Estás seguro, Alex?

—Claro, lo hemos hecho ya varias veces y siempre ha salido bien. Siempre nos hemos encontrado.

—Alguna vez a lo mejor no somos capaces. ¿Qué pasaría si el algoritmo de emparejamiento nos separa demasiado? Acuérdate esa vez que nos costó más de un mes. Al menos vamos a hacer los perfiles juntos, para tener más probabilidades.

—Maya —le recrimina cariñosamente, acariciándole la mejilla—, no seas tonta, ya verás como todo sale bien. No es un borrado de memoria completo. Simplemente una forma de volver a conquistarnos otra vez, de volver a sentir ese chispazo y la intensidad de los primeros meses.

Entran en el centro y se dirigen al mostrador para registrar su deseo de participar en La Puja semanal. Un hombre les recibe con una cálida sonrisa y un «Bienvenidos al Centro Pauli de Intercambio» ensayado y ejecutado cientos de veces. Maya y Alex le entregan las tarjetas con sus perfiles, sus bioescáneres y las preferencias para sus nuevos estados y el asistente los acompaña a las cabinas.

—Hasta pronto.

—Te encontraré. Te quiero.

Maya se queda mirando mientras Alex desaparece tras la puerta y, resignada, entra en su cabina. Se desnuda, arroja la ropa al incinerador, se da una ducha. Deja que el agua resbale por su piel pálida y arrastre sus temores de no encontrarse con Alex nunca más. Cuando termina, se dirige al tanque de suspensión, se coloca el brazalete y el casco neural, se pega los electrodos a la piel y, con un suspiro, se tumba. Siente un pinchazo y una sensación de frío la recorre mientras las drogas se distribuyen por su cuerpo. Sus últimos pensamientos son para Alex: sus ojos rasgados, su piel cálida y esa sensación de haber llegado a casa cada vez que la abraza.

La Puja. Así es como la llaman en la ciudad. Cada semana, si no te gusta tu vida, te has cansado de ella o simplemente quieres intercambiarla por otra, puedes participar. Ofertas y peticiones de vidas y un algoritmo que hace el emparejamiento. Entras en el intercambiador y, a la mañana siguiente, te despiertas con tu nueva vida. Es un buen sistema; todo el mundo está satisfecho, al menos moderadamente satisfecho. Y la ciudad también. A ella no le importa quién seas mientras entre todos le sirvan bien, mientras el trabajo esté hecho. Las vidas pasadas se desdibujan y entremezclan en una nieblina. Recuerdas sensaciones, emociones, pero la gente a tu alrededor es como antiguas amistades del colegio que hace tantos años que no ves que dudarías al cruzarte con ellas en la calle. A veces, una palabra, un olor o una caricia hacen que salte una pequeña chispa, un «es como si te conociera desde siempre». Y a lo mejor es verdad.

A la mañana siguiente, varios grupos de personas van saliendo del Centro de Intercambio y se despiden sonrientes con un «hasta pronto, quizá nos veamos por ahí». Se diluyen en la multitud mientras se dirigen a sus nuevas casas, sus nuevos trabajos, sus vidas casi sin estrenar. Después de unas semanas, Maya se da cuenta de que se siente satisfecha. Le ha correspondido un apartamento pequeño, bien iluminado, al sur, cerca de los cultivos hidropónicos en los que trabaja. El trabajo manual le relaja y se lleva bien con sus compañeros. Especialmente con Sandra, que llegó un poco después que ella. Se compenetran bien trabajando y han desarrollado una complicidad especial.

—¿Cómo es que pediste este cambio? —le pregunta Maya mientras se cambian y guardan la ropa en la taquilla.

—No me adaptaba al trabajo que me habían asignado. Llevo unas semanas en los laboratorios, pero me he dado cuenta de que prefiero estar en el exterior. Realmente el trabajo es parecido: corresponde al mismo sector y al mismo perfil. El Doctor Wanabi me dio permiso después de consultarlo con el sistema. Total, es viernes y la semana que viene posiblemente venga alguien de La Puja que pueda encargarse de eso.

Una voz resonó por los altavoces «Alexandra Huang, acuda al Laboratorio B-234, Alexandra Huang».

—Me llaman —se excusa Sandra terminando de subirse la cremallera— ¿Te veo a las 7? Donde siempre

—Claro, nos vemos a las 7.

Tras la cena y alguna copa más de la cuenta, Maya y Sandra se sientan en la terraza del Moonlight. A esa hora, la calle es un bullicio; renacidos y moribundos aprovechando su primer fin de semana o el último. De cualquier manera, el impulso en el mismo: hay que quemar la noche.

—Entonces, ¿no estás incómoda?

—Sandra deja el vaso sobre la mesa y mira a Maya expectante.

—Yo… bueno, no sería la primera vez. Aquí, con los intercambios nunca sabes. Hay personas que son muy estrictas con ese tema. No es mi caso. Eso sí, nunca he sido un hombre.

—Ya, pillo la indirecta ¿has notado algo?

—No —admite Maya—, simplemente te pareces a alguien que conozco y pensé que, tal vez…

—A lo largo de mi vida he participado en La Puja una y otra vez, jugando con las posibilidades, variando los perfiles. Pero creo que me he cansado. Ya no quiero buscar más. Así es como creo que soy en realidad. Ya no necesito buscar más… si a ti te parece bien.

Al fondo, en la última mesa, un joven las ve marchar agarradas de la cintura y cierra con tristeza sus ojos rasgados. Esta vez le ha costado demasiado encontrarla y ha llegado tarde. Apura su bebida y su último fin de semana. Quizá alguna Puja vuelva a reunirlos o, al menos, le ayude a olvidar.