Compraventa de sueños

Los domingos son día de mercado. Al amanecer, los mercaderes llegan con sus carros cargados hasta los topes, los colocan en la plaza y comienzan su actividad frenética para montar sus puestos. Cada uno está especializado en una mercancía distinta: así no hay conflictos. Es más, lo habitual es que colaboren entre ellos, que se complementen entretejiendo un crisol de experiencias personalizadas, casi únicas.

Lugares exóticos, vivencias del pasado, los terrores más íntimos o la sensualidad más perturbadora están al alcance de la mano. O al alcance de la mente más bien. ¿Quieres volar dándote impulso en los balcones de tu calle? ¿Quieres sentir como el terror te inmoviliza y apenas puedes poner un pie delante de otro? ¿Disfrutar de una noche de sexo con ese desconocido con el que te cruzas todas las mañanas? ¿Sentir el vértigo desde lo alto de un árbol o un mástil cimbreante, a punto de partirse? Saltar, correr, volar, temblar, amar, matar, hurgar, pelear, esconderse, morir, navegar, caer.

Cada día es más difícil encontrar algo nuevo y, por eso, no se limitan a vender sus mercancías. Si tienes algo interesante que venderles, puedes acercarte al puesto; seguro que llegas a un acuerdo. Puedes intercambiarlo por algo que te interese o por créditos para el mercado. Pero no esperes dinero a cambio, porque ¿cuánto valen los sueños?

Reencarnación

Cuando abrió los ojos sabía que algo iba mal. ¿Cómo había llegado allí? No lo recordaba. La última imagen de su cerebro era una cara conocida «Todo va a salir bien». Eso también lo recordaba. Pero luego… nada. Oscuridad, frío ¿cuánto tiempo había pasado? Eso tampoco lo sabía. Pero sí lo que tenía que hacer ahora. Estaba impreso en sus instintos más básicos: sobrevivir.

Era de día. Al menos había luz suficiente para ver sin ayuda. Los ojos se ajustaron automáticamente; luces y sombras, el mundo en blanco y negro. Por el momento tendría que bastar. Fijó la imagen en su cerebro para enviarla después. Poco a poco el resto de sentidos se ponían en marcha. Podía respirar, eso estaba claro. Escuchó atentamente alrededor. Nadie. Estaba sola.

Intentó moverse. Solo un poco. Para comprobar que no estaba parapléjica. Parapléjica… si era capaz de pensar en esa palabra era porque las funciones superiores de su cerebro también estaban ya activas. Si no se habría quedado en «rota» o algo así. Eso también quería decir que podía empezar a trazar un plan. Luego, si le sobraba tiempo, trataría de comunicarse con la base o como demonios se llamara. «Adam». Le vino a la mente de golpe. «Se llama Adam». Todo va a salir bien… maldito hijo de puta. Y gritó.

Ciudad de ladrones

coidad con mar al anochecer

En esta ciudad todo el mundo tiene algo que no le pertenece. Nos hemos acostumbrado a que las metrópolis nos roben cosas. Algunas básicas, como el aire que respiramos, y otras no tanto, como nuestra energia vital, que se va consumiendo poco a poco a medida que avanza el día. También nos roba el tiempo: desplazamientos, retrasos, esperas… segundos que nadie nos devolverá.

Pero no estoy hablando de eso. Aquí se ha llegado a un acuerdo: si no te gusta tu vida, puedes intercambiarla por otra. A la ciudad no le importa quién seas mientras le sirvas bien y el trabajo esté hecho.

Cada domingo se abre La Puja: ofertas y demandas de vidas de personas que estan cansadas de la suya, de otras que aspiran a un cambio. UrbanIA hace los emparejamientos, y entras en el intercambiador. A la mañana siguiente te despiertas en tu nueva vida. Es un buen sistema y todo el mundo está satisfecho; moderadamente satisfecho. La ciudad también. Solo a cambio de algo que apenas tiene importancia: nuestra esencia como persona; quién somos en realidad. Hay quien a eso le llama alma.


Actualización 21:20: He hecho algunas correcciones después del directo de Gisela Baños revisando relatos en su canal de Twitch. Realmente, ha mejorado bastante. Un lujo una revisora asi: ójala algún día revises uno mio completo ;-) Gracias