Se alquilan abejas

Esta entrada hace doblete: forma parte de #Polivulgadores de Café Hypatia en su edición de septiembre de 2022, con el tema «Gaia»

Es también el sexto relato escrito para el curso de Ciencia Ficción de Caja de Letras. El tema del ejercicio es «El robot». Revisado por Jordi Noguera.

Dana abrió su sesión en el terminal y soltó un silbido de admiración.

—¿Has visto esto, Emil? Es día 10 y ya tenemos el mes entero comprometido.

—¡Qué dices! —Se acercó a la pantalla de Dana para comprobarlo—. ¡Si solo llevamos seis meses con esto! Al final vamos a tener que ampliar el negocio. —Y examinando su cartera bromeó—. No tengo nada suelto. ¿No llevarás un par de milloncejos por ahí?

— Uy, espera que miro en el bolso —le respondió riendo—. No, me los he debido dejar en la mesita.

A pesar de su juventud, Dana y Emil eran los propietarios de una de las empresas tecnológicas de más éxito. Uno de esos unicornios que aparecen cuando estás en el sitio adecuado y en el momento justo.

—¿Baile feliz?

—Baile feliz.

Y empezaron a contorsionarse en el centro de la habitación sin ningún sentido del ritmo y tampoco del ridículo. Acabó por entrarles la risa y se desplomaron en sus butacas.

—Anda, melón —dijo Dana propinándole a Emil un puñetazo en el hombro—, vamos al taller a preparar los pedidos.

El taller era una gran nave que había sido una granja de pollos. Les había llevado bastante tiempo limpiarla y adecentarla y ahora no tenía nada que envidiar a Silicon Valley o cualquier otro parque tecnológico. Un reducto de modernidad en medio de una naturaleza que se estaba marchitando poco a poco. A la derecha, un recinto sellado por unos grandes ventanales, pulcro y blanco como un hospital, albergaba el laboratorio y la zona de montaje. El resto era un gran almacén, ocupado apenas en un tercio de su capacidad por unas cajas metálicas con paneles solares en la parte superior y un logo en uno de sus laterales en el que se podía leer «RoBee».

—Ven —llamó Emil a Dana mientras tecleaba un código en el panel que tenían delante—, voy a enseñarte una cosa antes de que preparemos los lotes. Lo terminé ayer.

Encendió el ordenador y tecleó con dedos ágiles. Escucharon un zumbido que provenía de una caja de metacrilato que había al lado. Dana se acercó curiosa. En su interior se movía algo; pequeño, como una moneda; brillante, como el sol. Contuvo la respiración.

—No me digas que es…

—Una reina. Completamente funcional. Bueno, una princesa, que aquí la única reina eres tú.

—Tonto.

—Tienes razón, ¡yo soy la reina! —Emil se puso de pie, con los brazos en cruz y contoneando la cadera como una vedette.

—Ja, ja, ja. —Dana no pudo evitar que se escapara la risa—. Realmente eres muy tonto. Anda, quita, déjame ver cómo funciona ¿la puedo sacar?

—Sí, claro, abre la caja. La pondré en modo de exploración.

Dana deslizó la tapa y un insecto robótico salió de ella. Era un tubo de apenas tres centímetros, con una cámara diminuta que hacia las veces de cabeza, seis patas articuladas y unas alas traslúcidas que batían sin cesar para mantenerlo en el aire produciendo un zumbido. Comenzó a recorrer el laboratorio en círculos. De vez en cuando se detenía sobre alguna superficie, una lámpara, una máquina. En la pantalla del ordenador, una nube de puntos iba tomando forma y en unos minutos pudieron reconocer el laboratorio en el que estaban. En ese momento, la abeja se posó en la cabeza de Dana, que no pudo evitar que se le escapara un gritito.

—Como me pique te capo —bromeó.

—No seas mema, ya sabes que no tienen aguijón ni nada.

Emil tecleó de nuevo y la reina regresó a su caja.

—¿Has probado si el resto la reconocen? —preguntó Dana colocando el minúsculo robot en su mano y acercándoselo a la nariz para apreciar todos sus detalles.

—No, todavía no, pero no será difícil. Basta con ajustar las frecuencias de radio de cada grupo para que sigan a su reina. Así podremos tener varias comunidades en la misma colmena. El enjambre será como un organismo vivo, con sus propios objetivos para sobrevivir, sus reglas o su organización. —Y mirando el reloj añadió—. Vamos fuera, que estarán a punto de llegar.

Salieron al exterior. El aire era seco, como el suelo de tierra que rodeaba la nave. Y la carretera. Y el pueblo. Y el siguiente también. Y todos los pueblos y ciudades alrededor. Las abejas habían desaparecido y con ellas la mayoría de las plantas al perder uno de sus agentes polinizadores más importantes. El 90% de las plantas con flor. El 70% de nuestros cultivos. Ahora solo quedaba la esperanza de proyectos como el de Dana y Emil: llevar estos panales con abejas artificiales a las zonas con cultivos, a los lugares en los que poco a poco iban recuperando la flora, para que hicieran el trabajo de sus hermanas desaparecidas. Por el momento estaba funcionando.

Una nube de polvo a lo lejos anunciaba la llegada de los camiones.

—Bueno, ya están aquí, —anunció Dana con un suspiro—. Voy preparando las cajas.

—Saldrá bien, ya verás. Tiene que salir bien. —Emil trató de animarla—. Cuando se libere el código todo el mundo podrá fabricar panales y RoBees. Habrá una colonia en cada edificio y recuperaremos todas las especies que hemos perdido a partir de los bancos de semillas.

—Sí, claro, ¿y qué haremos nosotros?

—Hmmm, no sé ¿te gustan las arañas?