— ¡Mamá, mamá, corre, ya no tengo dedos!
Shuang vuela sobre el jardín y respira aliviada a ver a la pequeña Akeme con sus diez dedos gordozuelos estirados y un montón de piedras en el suelo.
—Te mato. No vuelvas a darme esos sustos.
—Estoy contando piedras, mami, pero no puedo seguir.
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