Muletas para la mente

— ¡Mamá, mamá, corre, ya no tengo dedos!

Shuang vuela sobre el jardín y respira aliviada a ver a la pequeña Akeme con sus diez dedos gordozuelos estirados y un montón de piedras en el suelo.

—Te mato. No vuelvas a darme esos sustos.

—Estoy contando piedras, mami, pero no puedo seguir.

—Anda, ven, que te enseño un truco. Cierra las dos manos. Muy bien. Y ahora, empieza a contar sacando un dedo cada vez

—Uno, dos, tres, cuato. —Akeme va contando las piedras extendiendo un dedo cada vez.

—¡Vale!, para. Ahora ¿cuál viene?

—Cinco.

—Eso es. Pero mira, saca el dedo gordo y guarda todos los demás. Como ha comido mucho, vale por cinco. Ahora sigue, seis, saca un dedo. ¿Lo ves? Cinco del gordo y uno son seis. Sigue tú.

Akeme sigue contando. La lengua fuera delata el esfuerzo que está haciendo para llevar la cuenta de esta manera.

—Siete, ocho, nueve, y ya no tengo dedos otra vez.

Shuang sonríe.

—Sí, pero fíjate, ¡te queda la otra mano libre! Y casi llevas medio montón de piedras.

—¿Y como sigo?

—Saca un dedo de la otra mano. Ese es el diez. Y cierra la de antes. Ahora puedes empezar otra vez con esos dedos, como al principio.

—Diez y uno.

—Once —corrige Shuang con una sonrisa.

—Eso; once, doce, trece. —Akeme va sacando de nuevo los dedos uno a uno mientras cuenta—. Quince ¿cómo sigo?

—¿No te acuerdas? ¿Qué pasa con el dedo gordo?

—¡Ah, sí! cierro los otros porque no tienen comida. Dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve. ¡Ya no tengo dedos otra vez!

—Pues saca uno de la otra mano

—¡Veinte! —dice Akeme con un gritito—. ¡Qué fácil! Y así puedo contar un montón de piedras. Pero ¿qué hago cuando se me acaben los dedos?

—Puedes usar los de los pies —bromea Shuang—, o mejor, llamar a Fei para que te ayude.

—¿Y cuando Fei tampoco tenga dedos?

—Pues no sé, tendremos que inventar algo. —Shuang mira alrededor y se fija en el montón de piedras—. ¿Puedo coger unas pocas?

—¡Nooooo!, son mis caramelos. Pero puedes usar los macarrones. Iba a hacerte un collar.

—Vale, mejor con los macarrones —acepta la sugerencia, un poco aliviada por librarse del enésimo collar—. Estos cinco son tu mano: cuatro, y este es el gordo que vale cinco.

Shuang va colocando los macarrones en una fila, de arriba a abajo.

—Pero no es gordo ¿y si lo pintamos?

—Buena idea, lo pintamos luego. Ahora, la otra mano. —Shuang repite la misma operación en una segunda fila—. Luego las manos de Fei —dice mientras coloca dos filas más—, y para acabar, las mías. —Y coloca dos más—. Con esto yo creo que podremos contar hasta un millón por lo menos.

—Aaaaala, un millón, ¡qué dices! Eso es infinito.

—Uy, que va, todavía puedo poner más macarrones. Oye, tendremos que ponerle un nombre a esto. ¿Qué te parece calculadora de abalorios, Akeme?

—¿Calcuqué? ¡Qué nombre más raro! No me gusta.

—Tienes razón, lo dejaremos en abalorios de contar.

—Vale, pero es muy largo. Yo lo voy a llamar abacó —declara Akeme—. ¿Me los puedo comer? Tengo hambre.

—Sí, anda, vamos. Pero para comer mejor usamos otros.


Esta entrada forma parte de #Polivulgadores de Café Hypatia en su edición de noviembre de 2022, con el tema «Inventos».