Realidad paralela

Primero sentí que se acababa el aire y vi que mamá se asustaba mucho. Luego llegó un viento tan fuerte que nos tiró a las tres al suelo, a mamá, al monstruo y a mi. Después una luz muy brillante. Y por último un ruido como si el cielo se hubiera partido en dos.

—¿Estáis bien?

La voz de mamá sonaba lejos y un pitido no me dejaba oírle bien. El monstruo no se movía. Mamá corrió a ayudarlo, nos agarró a las dos bien fuerte y seguimos corriendo hacia un bosque de reflejos rosas y amarillos que se levantaba delante de nosotras, como pidiendo perdón por seguir en pie.

A lo mejor tú no crees que los monstruos existen y te acuestas sin mirar dentro del armario o debajo de la cama. Yo antes tampoco lo hacía porque era muy valiente y me enseñaron que los monstruos solo vivían en los cuentos y no eran de verdad. A lo mejor cambias de opinión y esta noche empiezas a hacerlo. Como me pasó a mi esa noche, la noche en la que vi por primera vez al monstruo.

«Vi» seguramente no era la palabra correcta. No lo vi con los ojos, como te estamos viendo a ti en este momento (no te des la vuelta, por favor). Cuando cerré el libro y apagué la luz, sabía que había algo más conmigo en el cuarto porque había un pedazo de oscuridad más negra que el resto, como si se tragara la poca luz que entraba por la ventana de la habitación. Encendí la luz y salí corriendo, llamando a mama, asustada. Esa noche me dejó dormir con ella.

Luego empecé a verle también de día. Solo con el rabillo del ojo, cuando no me fijaba. Un movimiento, una sombra, un cambio de luz… Si giraba la cabeza estaba todo normal, así que aprendí a ver sin mirar. De día no me daba miedo y creo que el monstruo se dio cuenta. Cuando se lo conté a mamá no me hizo mucho caso. Acabó llevándome al oculista por si necesitaba gafas… ¡como si unas gafas nos dejaran ver a la civilización que lleva compartiendo con nosotros el planeta desde hace más de diez mil años!

El gran cambio fue cuando pudimos comunicarnos. Pasa muy pocas veces. De vez en cuando hay alguien especial, entre ellos y entre nosotros. ¡Ah! que no te lo había dicho. Es que eran muchos. No tantos como nosotros, claro, pero eran muchos y estaban repartidos por todo el planeta. Vivían a nuestro alrededor: compartíamos espacio, pero no los veíamos. Sus cuerpos no reflejaban la luz igual: estaban fuera del arco iris y por eso no los podíamos ver. Para ellos éramos como sombras y por eso nos podían esquivar. Un día estaba haciendo los deberes y el monstruo me puso en la cabeza las ideas de las respuestas. No eran palabras; era más parecido a cuando hablabas contigo misma, o cuando pensabas fuerte en algo. Me di cuenta porque ese día en clase estuve hablando todo el rato con Elena y no me había enterado de nada.

Esta vez mamá se asustó un poco más y me llevó a otra médica un poco rara, porque no parecía una médica ni estaba en el hospital. Patricia era amiga de mamá desde pequeñas y le dijo que no me pasaba nada grave, que era normal a esa edad y que ya se me pasaría.

El mes pasado, el monstruo me dijo que había llegado el momento de ver su mundo si yo quería. Y que mama los vería también, pero que lo tenía que decidir yo. Y que lo hacían porque iba a pasar algo y necesitaban nuestra ayuda, y que había otras personas como nosotras en más sitios.

—Sí, cariño, lo que tu digas.

Esa fue la respuesta de mamá sin levantar la cabeza de la tablet cuando se lo pregunté. El monstruo iba a cambiar algo en nuestros ojos para poder ver fuera del arco iris. Iba a poder ver su mundo, pero a la vez iba a cambiar los colores del mío. Lo llamó tetracromía o algo así. Y que era más fácil cuando eres pequeña porque tu cerebro aprendía a verlo todo así. No me arrepentí, porque desde entonces el mundo me pareció precioso, con el cielo ambaranjado, las montañas viozules o los arboles, con ese precioso tono entre rosa y amarillo tan característico del otoño.

Pero lo mejor fue ver el mundo lleno. Ahí donde las personas dejábamos un hueco, ellos construían sus ciudades, pequeñas, flexibles, dispersas, efímeras. Una civilización nómada, cuerpos que se entrecruzan sin tocarse, bailando, esquivándose, esquivándonos. Y cuando te acostumbrabas no eran tan feos, aunque le siguiera llamando monstruo.

Pero tenían un problema. Teníamos un problema. Nuestro crecimiento les asfixiaba. Apenas quedaban zonas despobladas donde establecerse. Para eso nos necesitaban: para llevar adelante su plan. Pero algo salió mal y entonces sucedió la explosión. Nadie supo de quien fue la culpa, qué fallo o cual de los dos mundos fue el responsable. Pero los dos sufrimos las consecuencias.

Hemos llegado al bosque, pero no podemos parar. Se va a hacer de noche pronto y necesitamos un sitio donde refugiarnos. Las tres: mamá, el monstruo y yo.


Este relato participa en el Reto de escritura creativa #Estrellasdetinta2023

Objetivo principal:
1. Basa tu relato en que los Alienígenas existen y están entre nosotros; el descubrimiento, el día a día, la sospecha…

Objetivos secundarios:
19. Cuenta un relato que empiece huyendo de una explosión.
26. Escribe sobre el daltonismo o haz que los colores tengan un papel relevante.

2 respuestas a «Realidad paralela»

  1. ¡Hola, hola!

    Muy buena la manera de mantenernos en suspenso todo el relato. Que el comienzo es fuerte y luego nos cuentas cómo llegaron a donde llegaron, pero manteniendo el misterio de qué ocurrió. Qué fallo.

    Como consejo te digo que dejes al final cuáles fueron los objetivos que usaste. Así es más fácil para la jefa Katty saber cuáles usaste (y si se incluyeron bien).

    Besitos.
    Nos leemos en febrero.

    1. Cierto, gracias por el aviso. He incluido los objetivos también acá para que se entienda mejor, que la pegatina está solo en Twitter.

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