Cuerpos mejorados

 —¿Está seguro de que funcionará? —preguntó Matías.
 —Completamente seguro. Ya lo he hecho otras veces y mis clientes siempre han quedado satisfechos. Lo que no puedo garantizarle es cuanto dura el efecto, eso, como comprenderá, ya no depende de mi.

 —Sí, claro, lo entiendo. Con que se mantenga hasta el día de la competición es suficiente para mi.
 Matías y Aitor, el entrenador personal, se habían despedido con un apretón de manos y quedado en encontrarse a la mañana siguiente en el intercambiador del Sector Cinco.
 Matías siempre había sido rechoncho. No es que estuviera gordo, la ciudad no lo permitía porque no era justo para el intercambio y podría generar problemas. Problemas de salud; el aspecto a ella le daba igual. Todo en la ciudad estaba orientado a la eficiencia, todo tenía un propósito y, lo más importante, todo el mundo estaba de acuerdo. Se habían marcado unos límites y Matías los estaba rozando peligrosamente. Por eso se había decidido a hacerlo, antes de que le vetaran el acceso a los intercambiadores.

 A los pocos días, Matías había encontrado el anuncio que buscaba.
 «¿Quieres mejorar tu estado de forma pero no te gusta hacer deporte? ¿O no tienes tiempo? No te preocupes: yo lo hago por ti. Elige el intercambio: desde uno hasta seis meses. Resultados garantizados.»
 Era perfecto, justo lo que necesitaba. Iba a matar dos pájaros de un tiro: alejarse del riesgo de quedar excluido de los intercambios y participar en la carrera anual de BioExchange Corp., cuyo premio era acceso premium a La Puja durante un año.
 La Puja. Así es como la llamaba todo el mundo. Un proceso en el que cada mes, si la vida que te había tocado no te gustaba, podías intercambiarla por otra. Las más simples, unos pequeños ajustes en tu cerebro para modificar ligeramente tus recuerdos e insertar las habilidades necesarias en tu nueva condición. Las más drásticas, como la que había elegido Matías, incluían un cambio completo, también al cuerpo de la otra persona. Ofertas y peticiones de vidas y un algoritmo que hacía el emparejamiento. Entras en el intercambiador y, a la mañana siguiente, te despiertas con tu nueva vida. Era un buen sistema.

 A la mañana siguiente se encontraron en en centro de intercambio. No era la primera vez y, aún así, siempre se ponía nervioso. Pero hasta ahora habían sido cambios pequeños. Un recepcionista con pinta de aburrimiento les hizo firmar los impresos. Mientras les acompañaba por el pasillo, repetía con voz monótona unas instrucciones que parecían salir de su garganta sin pasar primero por el cerebro.
 «… Hemos llegado. Estas son sus salas. Desvístanse y túmbense en el intercambiador. El proceso es el mismo, simplemente el proceso que han seleccionado es más profundo y necesita más tiempo. Tienen media hora antes de que se active. Avísenme si necesitan algo.»
 Y volvió a su puesto con un «buenos días» entre los dientes.
 —Tranquilo —dijo Aitor—. Nunca he tenido ningún problema. Ya verá como los resultados son buenos. Nos vemos a la salida.
 —Si, gracias, nos vemos mañana. Creo que podré reconocerle —bromeó Matías sin mucho convencimiento. Y cada uno entró en su sala.

 Fueron unos meses duros para Aitor. Nunca había estado en un cuerpo en esas condiciones.
 «Pero, ¿qué demonios ha estado haciendo Matías todo este tiempo?» Era la pregunta recurrente mientras peleaba con la báscula. Afortunadamente, su mente espartana seguía intacta y, aunque el cuerpo se resistía a adoptar los nuevos hábitos, no se lo permitió. Incluso tuvo que emplear la sala de dilatación temporal, que reservaba para casos realmente difíciles. Después de un mes, los resultados empezaban a ser visibles. Después de dos, tuvo que renovar el armario de Matías. El tercer mes comenzó con el plan de entrenamiento para la carrera. Lo que más le costó fue cambiar la alimentación. Al cuerpo de Matías no le gustaba la comida sana. Seguramente debía intercambiarla con otra persona, porque la ciudad controlaba las compras y te mandaba una alerta si detectaba alguna desviación. No pasaba nada por tener una temporada un poco loca, siempre que no se convirtiera en una costumbre. Los primeros días, las arcadas le hicieron practicar las carreras por el pasillo hasta el baño. Poco a poco también consiguió controlarlo.
«Este tío se va a enterar cuando me devuelva mi cuerpo. Lo mismo me apunto a la carrera yo también y le gano» era el pensamiento recurrente de Aitor.

 Cuando por fin se cumplió el plazo de seis meses, Aitor se conectó con Matías para dar por terminado el intercambio.
 —¿Matías?
 —¡Hola, Aitor! ¿Cómo ha ido todo? ¿Por qué no conecta el visor?
 —Ha ido perfecto. Ya verá el resultado. Pero mejor mañana, cuando revirtamos el cambio. Prefiero que se lleve una sorpresa.
 —Entonces ¿lo ha conseguido? ¿tendré un cuerpo como el suyo?
 —No se haga ilusiones, que han sido solo seis meses. Y ha sido complicado: no me imaginaba que su estado de forma era tan…
 —Déjelo —le interrumpió Matías—. No hace falta que acabe la frase.
 —Nos vemos mañana en el Sector Cinco, en el intercambiador de la otra vez.
 —Hecho. Hasta mañana.

 Cuando, al día siguiente, Aitor llego al Centro de Intercambio, le recibió el mismo recepcionista, que le contestó con su entusiasmo habitual tras identificarse.
 —El señor Matías ha llegado ya y se encuentra en su sala. Si me acompaña, por favor, le acompañaré a la que le corresponde a usted.
 —¿Ya ha llegado? ¿Y está en la sala? Eso es muy irregular.
 —No crea. Lo habitual es esperar en casos como el suyo, pero piense que en los intercambios semanales son anónimos. Solo los conoce el sistema de asignación, así que la gente entra sola en las salas.
 —Sí, claro. —Aitor seguía dudando—. Pero pensé qué…
 —Hemos llegado. Esta es su sala. Ya sabe como funciona. Avíseme si necesita algo.
 Y, sin darle posibilidad de responder, el recepcionista se giró y regresó a su puesto.
 Aitor entró en la habitación, se desnudó y admiró el cuerpo que había conseguido para Matías. Desde luego, no era como el suyo, pero estaba satisfecho con los resultados. Y el autentico dueño… seguro que ni se lo esperaba. Se acostó en la cápsula, se colocó los electrodos y los parches y la sedación comenzó a hacer efecto.

 Una voz suave despertó a Aitor
«El proceso ha concluido. Se recomienda seguir acostado y no hacer movimientos bruscos. Cuando lo desee, incorpórese lentamente y retire los electrodos. Gracias por usar nuestros servicios, y esperamos que disfrute de su nueva vida.»
 Aitor abrió los ojos. La sala estaba en penumbra. Empezó a retirar los electrodos con la mano derecha. Notó el cuerpo distinto, blando. «Debe ser por los relajantes musculares», pensó. Pero cuando intentó usar la mano izquierda, un dolor agudo le hizo soltar un quejido.
 —¡Ay!, pero ¿qué coño es esto?
 Se incorporó un poco y examinó el brazo. Una cédula le cubría desde el codo hasta la muñeca. «Joder, ¿me he roto el brazo? ¿Matías me ha roto el brazo? Se va a cagar. El contrato lo decía bien claro: la responsabilidad de cuidar el cuerpo era del receptor.» Se puso de pie y se dirigió a la taquilla para sacar su ropa. Lo notó con los primeros pasos: unos temblores en partes de su cuerpo que antes eran firmes: las caderas, el abdomen, ¡el pecho! Los brazos le rozaban el tronco ¿o era al revés?. El tronco le llegaba hasta los brazos. Miró su reflejo en el espejo de la taquilla y un desconocido con sobrepeso y aspecto enfermizo le devolvió una mirada atónita.
 —¡Matías! ¿qué me has hecho? ¡voy a acabar contigo maldito cabrón! —bramó, mientras oía como unos pasos se alejaban por el pasillo a la carrera—.


Este relato participa en el Reto de escritura creativa #Estrellasdetinta2023

Objetivo principal:
5. Inventa una tecnología que solucione algún problema actual en el futuro y basa tu relato en ella.

Objetivos secundarios:
25. Escribe sobre una buena acción que termina mal.
29. Escribe sobre una competición