Los viajes de un gato

De la misma forma que los mineros llevaban un canario a las minas, o que en los viñedos se planta un rosal en el cabecero de una línea, los cruceros espaciales llevamos un gato.

Todo empezó como casi todas las cosas: por casualidad. En un vuelo se coló un polizón peludo. La tripulación no tuvo valor para lanzarlo por una escotilla, y eso les salvó. Cuando se acercaban al agujero de gusano para dar el salto, el gato empezó a bufar, se puso como loco y escapó por los conductos de ventilación. Tuvieron que posponerlo hasta localizarlo, por si se había ocultado en algún sitio que generara problemas. Ese retraso fue suficiente para que la computadora central abortara el salto minutos después al detectar la inestabilidad del agujero. Ocurre algunas veces: hay agujeros que, por alguna razón, no son estables y resulta arriesgado saltar a través de ellos. Pero muchas veces lo detectamos cuando ya es demasiado tarde.

Así que, mientras encontramos una solución, hemos incorporado un nuevo miembro a la tripulación. Por cierto, que Lucky ya es el tripulante que más saltos ha realizado de toda la flota.