La posada de los finales tristes

En ese lugar siempre es de noche, porque es cuando se va el sol cuando ocurren las cosas tristes. También porque nos cuesta reconocer cuando algo ha salido mal, cuando nos sentimos engañados, cuando la vida nos ha gastado una jugarreta, más bien grande que pequeña. Y la noche es un buen sitio para mantener todo esto oculto. Así, podemos fingir que no ha pasado nada y seguir adelante, un poco al menos. Aunque al final siempre acabamos volviendo, para llevar un final nuevo o para visitar aquellos que dejamos hace tiempo.

La posada de los finales tristes es un lugar atípico. Allí sus huéspedes no están de paso, si no que tienen una habitación permanente. Todos los finales tienen un sitio reservado. Incluso los felices ¡son tan pocos! apenas afectan al espacio disponible. Y aunque solo sea por estadística, es más fácil que ese final que se acerca no lleve perdices.

El posadero es un ser excepcional. Sabe perfectamente dónde vive cada final. Todos y cada uno de ellos. Los conoce, los clasifica, los reubica, les da conversación. Es complicado, porque la posada está permanentemente en obras, ampliando el número de habitaciones. Y es que somos tantos y los finales alegres son tan pocos…

Llueve fuego

“Cae fuego en lugar de maná” rezaba la estrofa de una canción del siglo XX que se me vino a la cabeza. No sé muy bien qué era eso del maná, una especie de alimento sagrado que enviaban los dioses a su pueblo o algo así. Pero el fuego… eso lo sé muy bien.

El proceso de terraformación no tuvo en cuenta la concentración en metano tan alta que iba a tener la atmósfera, al menos en los primeras décadas. En principio no tendría que haber pasado nada, si no hubiera sido por el cometa.

Pasó demasiado cerca, desde una órbita en la que no estábamos mirando. Los fragmentos de su cola se incendiaron al entrar en la incipiente atmósfera y prendieron en las gotas de lluvia como si fueran de gasolina. Las cubiertas de plástico de los invernaderos no lo soportaron y ahora tenemos que tratar de sobrevivir con los jardines verticales: habrá que sacrificar algunas de las plantas que nos proporcionan oxígeno y plantar especies comestibles ¿cuánto podremos sobrevivir hasta que reparemos los invernaderos y tengamos una primera cosecha? ¿Cuánto podremos sobrevivir antes de empezar a comernos los unos a los otros?

Carreras de escorpiones

Cuando se hundió la cúpula arrastró bajo ella, como un castillo de naipes, el resto de edificios de esa sección. Automáticamente se sellaron los túneles para que no escapara el oxígeno y empezó una carrera a contrarreloj para tratar de encontrar y rescatar supervivientes al desastre.

Los edificios están construidos de forma modular: cada habitación es una cámara independiente y se conectan entre sí, como esas casas hechas con contenedores de barcos. Y cada una de ellas está dotada con un equipo de supervivencia y una baliza de socorro. Es el precio que hay que pagar cuando vives en un mundo hostil.

Entonces es cuando empieza la carrera frenética. Hexápodos metálicos de apenas veinte centímetros empiezan a dirigirse a los escombros, filtrándose por cualquier hueco, guiándose por las señales de las balizas que se hayan activado porque alguien ha tenido la suerte de poder alcanzar el botón, comunicándose entre ellos para pedir ayuda si encuentran un obstáculo demasiado grande. Tienen dos pinzas en la parte delantera para apartar cascotes y una especie de cola con una cámara y sensores para que podamos monitorizar su trabajo. Nunca nadie se había alegrado tanto de ver acercarse a un escorpión o sentirlo trepando por su pierna.