Espectros de noche

Nadie los ve llegar. Nadie los ve irse. Ni siquiera saben si hay alguien… algo. Solo saben que, cuando no hay luna, deben encerrarse en los refugios hasta que amanezca. Al principio intentaron hacerles frente, pero era inútil. Miembros cortados y cuerpos atravesados como por arte de magia. Heridas profundas que aparecían de repente, decapitaciones. Tenía que ver con los extranjeros, eso seguro. Empezó a pasar al poco de que su carro de plata descendiera de los cielos. No sabían qué habían hecho mal para enfurecer así a los dioses.

—El proceso de limpieza de la isla está siendo un éxito, capitán. Los nativos prácticamente han abandonado los poblados del interior y están construyendo balsas para salir de la isla.

—Sigan así, ¿cuántas incursiones más necesitan?

—Creo que habrá que completar el periodo orbital. ¿No podríamos atacar con más frecuencia?

—No, ya saben cómo funciona. Los trajes no nos hacen invisibles: simplemente desvían los fotones a lo largo de su superficie y por eso no nos ven. Pero solo funciona con muy poca luz o si se está quieto sobre un fondo homogéneo. En cualquier otro caso se nota una perturbación que revelaría nuestras siluetas. Sigamos así.

La imagen aérea del planeta había localizado el mayor yacimiento en la isla, demasiado valioso para dejarlo sin explotar. El Consejo había decidido que la usar superstición en una civilización tan atrasada iba a ser más efectivo y menos intrusivo. «No somos unos bárbaros», decían. No sé qué otros escenarios se barajaron, pero creo que teníamos que haber explorado más posibilidades en el simulador.

Cuando terminó el año no quedaba nadie en la isla. Todos los habitantes habían muerto o se habían marchado al continente. Los islotes cercanos también estaban vacíos. En la orilla, plantaron una especie de tótem para advertir al resto: «No crucéis: las islas ahora pertenecen a los espectros de la noche»

Cuervo profeta

El forastero llegó a la ciudad. Necesitaba zapatos nuevos: iba siempre andando a todos los sitios y se le desgastaban con facilidad. No era exigente, simplemente tenían que ser resistentes y negros, como sus pantalones, como su camiseta, como su cazadora, como su sombrero.

Pero antes necesita comer algo. Entra en un bar, agradeciendo el frescor del local en un día tan caluroso. Echa una ojeada al menú y se sienta junto a la ventana.

—Hola, buenos días, ¿le pongo algo para beber?

—Si, por favor, una botella de agua grande, y para comer querré una ensalada de pasta. ¡Ah!, y yo desenchufaría el lavavajillas.

La chica le mira extrañada por un momento, apunta lo que había pedido

—No me diga que no lleva dinero y va a fregar usted los platos—le responde guiñando un ojo

El hombre sonríe y suspira cuando se da la vuelta; siempre es así. Apenas ha empezado a comer cuando ¡Tuffff! De golpe se va la luz del local.

—¿Qué ha pasado, cari?

—No sé… he puesto en marcha el lavavajillas y ha saltado

La chica se da la vuelta y lo mira, pero no dice nada.

Atardece. Los zapatos nuevos son cómodos. Apenas le quedan unos kilómetros para llegar al siguiente pueblo, todavía con luz. Nunca va en coche, en tren, en avión… desde aquel día, con sus padres. Siempre sabe cuando un aparato va a fallar, y no quiere estar otra vez dentro cuando eso ocurra.

Luna roja

A la lista de construcciones humanas visibles desde el espacio hay que añadir las colonias de la Luna. Las redes de cúpulas y tubos más grandes son visibles directamente, pero lo que verdaderamnente las delata, a todas, son las luces instaladas en las cúpulas: azules y verdes principalmente.

Pensábamos que las luces eran simplemente para marcar las posiciones de las cúpulas, para ayudar a las naves a orientarse. Hasta ese día. Al principio fue una luz roja “Mira, alguien ha usado un color distinto”. “Seguro que han sido los rusos o los chinos”, bromeaban otros. Pero luego apareció otra, y otra más, y se iban extendiendo como manchas de moho hasta que en apenas un mes toda la Luna estuvo teñida de rojo.

Alguien nos explicó que se había producido un fallo en cascada de los sistemas vitales. Cuando fallo la primera cúpula, las de alrededor trataron de compensarlo y transferir parte de sus recursos. Así es como estaban programados los módulos. Pero se sobrecargaron y fallaron también. Quizá se hubiera podido controlar si la red de cúpulas se hubiera organizado de otra manera, pero cuando el desastre alcanzó la cúpula principal, con sus decenas de conexiones, supimos que estaba todo perdido. Apenas pudieron rescatar al 10% de los colonos. Esperamos demasiado tiempo sin entender cómo se propagan estos fenómenos. Bueno, hubo quien sí lo entendía y trato de advertirnos, pero no hicimos caso, como tantas otras veces.