Carreras de escorpiones

Cuando se hundió la cúpula arrastró bajo ella, como un castillo de naipes, el resto de edificios de esa sección. Automáticamente se sellaron los túneles para que no escapara el oxígeno y empezó una carrera a contrarreloj para tratar de encontrar y rescatar supervivientes al desastre.

Los edificios están construidos de forma modular: cada habitación es una cámara independiente y se conectan entre sí, como esas casas hechas con contenedores de barcos. Y cada una de ellas está dotada con un equipo de supervivencia y una baliza de socorro. Es el precio que hay que pagar cuando vives en un mundo hostil.

Entonces es cuando empieza la carrera frenética. Hexápodos metálicos de apenas veinte centímetros empiezan a dirigirse a los escombros, filtrándose por cualquier hueco, guiándose por las señales de las balizas que se hayan activado porque alguien ha tenido la suerte de poder alcanzar el botón, comunicándose entre ellos para pedir ayuda si encuentran un obstáculo demasiado grande. Tienen dos pinzas en la parte delantera para apartar cascotes y una especie de cola con una cámara y sensores para que podamos monitorizar su trabajo. Nunca nadie se había alegrado tanto de ver acercarse a un escorpión o sentirlo trepando por su pierna.

Espectros de noche

Nadie los ve llegar. Nadie los ve irse. Ni siquiera saben si hay alguien… algo. Solo saben que, cuando no hay luna, deben encerrarse en los refugios hasta que amanezca. Al principio intentaron hacerles frente, pero era inútil. Miembros cortados y cuerpos atravesados como por arte de magia. Heridas profundas que aparecían de repente, decapitaciones. Tenía que ver con los extranjeros, eso seguro. Empezó a pasar al poco de que su carro de plata descendiera de los cielos. No sabían qué habían hecho mal para enfurecer así a los dioses.

—El proceso de limpieza de la isla está siendo un éxito, capitán. Los nativos prácticamente han abandonado los poblados del interior y están construyendo balsas para salir de la isla.

—Sigan así, ¿cuántas incursiones más necesitan?

—Creo que habrá que completar el periodo orbital. ¿No podríamos atacar con más frecuencia?

—No, ya saben cómo funciona. Los trajes no nos hacen invisibles: simplemente desvían los fotones a lo largo de su superficie y por eso no nos ven. Pero solo funciona con muy poca luz o si se está quieto sobre un fondo homogéneo. En cualquier otro caso se nota una perturbación que revelaría nuestras siluetas. Sigamos así.

La imagen aérea del planeta había localizado el mayor yacimiento en la isla, demasiado valioso para dejarlo sin explotar. El Consejo había decidido que la usar superstición en una civilización tan atrasada iba a ser más efectivo y menos intrusivo. «No somos unos bárbaros», decían. No sé qué otros escenarios se barajaron, pero creo que teníamos que haber explorado más posibilidades en el simulador.

Cuando terminó el año no quedaba nadie en la isla. Todos los habitantes habían muerto o se habían marchado al continente. Los islotes cercanos también estaban vacíos. En la orilla, plantaron una especie de tótem para advertir al resto: «No crucéis: las islas ahora pertenecen a los espectros de la noche»

Cuervo profeta

El forastero llegó a la ciudad. Necesitaba zapatos nuevos: iba siempre andando a todos los sitios y se le desgastaban con facilidad. No era exigente, simplemente tenían que ser resistentes y negros, como sus pantalones, como su camiseta, como su cazadora, como su sombrero.

Pero antes necesita comer algo. Entra en un bar, agradeciendo el frescor del local en un día tan caluroso. Echa una ojeada al menú y se sienta junto a la ventana.

—Hola, buenos días, ¿le pongo algo para beber?

—Si, por favor, una botella de agua grande, y para comer querré una ensalada de pasta. ¡Ah!, y yo desenchufaría el lavavajillas.

La chica le mira extrañada por un momento, apunta lo que había pedido

—No me diga que no lleva dinero y va a fregar usted los platos—le responde guiñando un ojo

El hombre sonríe y suspira cuando se da la vuelta; siempre es así. Apenas ha empezado a comer cuando ¡Tuffff! De golpe se va la luz del local.

—¿Qué ha pasado, cari?

—No sé… he puesto en marcha el lavavajillas y ha saltado

La chica se da la vuelta y lo mira, pero no dice nada.

Atardece. Los zapatos nuevos son cómodos. Apenas le quedan unos kilómetros para llegar al siguiente pueblo, todavía con luz. Nunca va en coche, en tren, en avión… desde aquel día, con sus padres. Siempre sabe cuando un aparato va a fallar, y no quiere estar otra vez dentro cuando eso ocurra.